A la memoria de mi padre: José Berni Gómez q.e.p.d. El inició esta colección |
COLECCIONISTA DE VITOLAS DE PUROS Juan Alberto Berni González A.V.E. 1415 |
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GRANDES TABAQUEROS - PEDRO MURIAS RODRÍGUEZ |
Retrato de Pedro Murias Rodríguez. (*1) |
Como tantos otros emigrantes, elige como actividad laboral el mundo de la elaboración de tabaco tan en boga por aquellos tiempos en los que en la Habana abundaban los denominados chinchales o pequeños talleres tabaqueros artesanales.
Trabaja en un pequeño chinchal de la calle Coralles de La Habana (*3).
Poco a poco se fue formando y subiendo de calificación en la escala laboral, hasta convertirse en un experto torcedor.
En aquellos tiempos, el tabaco era una actividad plenamente rentable y atractiva en Cuba; datos fiables que han llegado documentalmente hasta nosotros nos permiten afirmar que en el año 1859 había repartidos en la geografía cubana unas 1.237 talleres tabaqueros que daban trabajo a mas de 19.000 técnicos en el oficio. Solamente en La Habana, llamada la ciudad del tabaco, había 516 tabaquerías que empleaban más de 15.000 operarios.
Fotografía moderna con una vista del edificio que ocupó la fábrica de cigarros puros LA MERIDIANA situada en la antigua Calle Zulueta (hoy Calle Agramonte) esquina con Apodaca,La Habana. (*4) |
La gran mayoría de sus propietarios eran españoles, al igual que las más prestigiosas marcas, como Francisco Cabañas, Jaime Partagás, José Gener, Leopoldo González-Carvajal, Julián Álvarez, Francisco Pérez del Río, Luis Susini,, y un largo etc.
Tenían un reconocido trato de favor, en primer lugar para con los paisanos y después con los españoles, a los que se les ofrecían los trabajos más cualificados como torcedores, escogedores, rezagadores, etc.
Su brillante trayectoria se trunca en 1870, pues contrae una grave enfermedad que le obliga a abandonar la Habana y regresar a su casa natal en Devesa para facilitar su curación. Para entonces, sus padres habían fallecido y sus dos hermanas María y Juana estaban casadas, por lo que se aloja en la casa de un primo, Lorenzo Murias, donde permaneció cerca de un año hasta su total restablecimiento.
Una vez de vuelta a La Habana, abandona su actividad de experto torcedor y se establece como tabaquero independiente.
Esa era la meta de la mayoría de los emigrantes emprendedores que apostaban decididamente por la industria del cigarro en Cuba; primero aprendían el oficio desde los puestos más bajos, escalando progresivamente por las distintas actividades intermedias y terminaban su carrera técnica con el puesto más cotizado que era el de torcedor. Cuando se consideraban preparados daban el gran salto, que no era otro que ser propietario de un chinchal o taller de tabaquería o adquirir a buen precio alguna marca de cigarros ya existente.
El objetivo final siempre era el mismo: enriquecerse, ganar una buena posición social, regresar a su tierra natal y ser enterrados en ella, no sin antes haber dejado una huella que perdurara en el tiempo, como alguna obra de beneficencia, de atención social o educativa, para que sus paisanos les recordaran por su generosidad hacia el pueblo que le viera nacer.
En cualquier caso, los recién llegados a la isla de Cuba tenían que ser ayudados por otros paisanos para poder encontrar un primer trabajo o para conseguir un capital con el que financiar la creación de su primer taller de tabaquería. El caso de Pedro Murias no debió ser muy diferente, pues sin tener datos documentales fiables, no sería aventurado pensar que tuviese la solidaridad y el apoyo financiero de sus paisanos gallegos de la comarca de la Mariña luguesa.
La compra de una fábrica de tabaco de cierto prestigio pero con problemas económicos era una maniobra muy rentable y profusamente utilizada por los empresarios tabaqueros en Cuba, como fácilmente se observa analizando la historia de estos empresarios. Todo eran ventajas a favor de este tipo de operaciones:
Lo único que se sabe a ciencia cierta es que compra en 1874 su primera fábrica de tabaco, La Meridiana, a su anterior propietario José María Guerediaga. Este tabaquero había llegado a Cuba en las primeras décadas del siglo XIX junto con sus hermanos Florentino y Carlos, alcanzando fama en la Habana con sus dos marcas punteras: La Meridiana, especializada en cigarros puros y Para Usted, que en aquellos momentos era una de las mas afamadas fábrica de cigarrillos. No se sabe la razón, pero lo cierto es que en la década de los 50 comenzó a tener problemas económicos que le obligaron a pedir préstamos de forma continuada para mantener sus fábricas en funcionamiento. Falleció a finales de la década de 1850 dejando una fuerte deuda a sus herederos, que finalmente tuvieron que acceder a la venta en subasta pública del patrimonio no sujeto a hipoteca; entre dichos bienes estaban sus prestigiosas fábricas de tabaco.
En 1874, Pedro Murias compraría a precio de saldo la fábrica de cigarros puros La Meridiana, ubicada en la calle de Corrales, con todos los ahorros logrados con su trabajo desde su llegada a la isla más las aportaciones económicas de otros compatriotas. Eduardo Guilló ya había comprado en 1860 la fábrica Para Usted, situada en la calle Obrapía nº 3. En 1875, registra a su nombre la recién comprada fábrica de La Meridiana, y con el lema “ganar poco y vender mucho” comienza su andadura fabricando unos cigarros puros de gran calidad que llegaron a ser, en 1897, los de mayor cotización en el mercado, pues se vendían a 2,10 pesetas la unidad cuando la media de su nivel no superaba la mitad de ese valor.
El periodo de 1875-1880 fue de crecimiento, mientras que la década 1880-1889 supuso su consolidación en el mercado. Su producción alcanza los cinco millones de unidades, lo que le permite entrar en la lucha por las contratas de abastecimiento al gobierno español en dura competencia con marcas tan prestigiosas como H. de Cabañas y Carvajal, Henry Clay o Partagas. Era plenamente consciente de la importancia de contar con el mayor número de marcas de tabaco de reconocido prestigio en el mercado, para lo cual sobre en 1885 registra un buen número de ellas (ver lista de marcas anexas).
En 1890 compra su segunda fábrica, La Devesa. Esta fábrica había sido fundada el 12 de enero de 1881 por los también devesanos Felix Murias y Lorenzo Prieto Rodríguez, que comercializaban las marcas La Devesa (1890) y La Suiza Española (1892) a través de la sociedad Felix Murias y Ca. inicialmente ubicada en la calle Zanja de la Habana, en un inmueble propiedad de otro famoso devesano, Jesús Rodríguez Murias.
En febrero de 1889 ambas marcas son vendidas a otro devesano, Antonio González Murias, primo de Pedro, al que presta 3.000 pesos oro para ayudarle a su despegue inicial.
La compañía tuvo una vida efímera y poco exitosa, pues en 1890 pasaría finalmente a engrosar el patrimonio de este último.
Dado que la fábrica estaba en una finca que no era de su propiedad, compra un amplio terreno en Guanabacoa, localidad situada a las afueras de La Habana, y la traslada allí al mando de otro paisano gallego, Domingo García como administrador, aunque seguiría siendo propiedad de Pedro Murias hasta su muerte.
En 1886 comienza la construcción de un colosal edificio de 2.263 metros cuadrados en la calle Zulueta esquina a Apodaca para centralizar toda su producción tabaquera, con capacidad para unos 500 operarios y traslada allí su primera fábrica La Meridiana, hasta ese momento ubicada en la calle Corrales, el mismo lugar de su fundación por J.M. Guerediaga.
En esta calle de Zulueta y muy cerca estaban otras famosas fábricas como la de Calixto López y su marca El Edén y también la fábrica de Partagas.
Parece ser que la fábrica destacaba de otros edificios industriales por estar ricamente adornada imitando a los ricos palacios de la ciudad de La Habana, destacando sus grandes ventanales con artísticas balaustradas de hierro, sus bellos balcones y sus techos decorados con bajorrelieves y pinturas.
En 1892 registra una nueva fábrica dedicada a tabaco de picadura y la denomina con su propio nombre, Pedro Murias, que lógicamente ubica en su flamante nueva fábrica de la calle Zulueta.
A partir de este momento, Pedro Murias se dedica al sostenimiento de su imponente industria tabaquera; su fama ya era realmente notoria y traspasaba fronteras, teniendo como su principal objetivo el mercado de mayor demanda que sin duda era la exportación, preferentemente a España, Francia y Gran Bretaña, de ahí marcas como Balmoral y Walter Scott, de claro sesgo publicitario dirigido al mercado anglosajón.
Sus marcas La Devesa y La Meridiana figuraban como Proveedoras de la Casa Real Española.
En la segunda mitad del siglo XIX la industria tabaquera cubana había ido transformando paulatinamente su modelo productivo hacia una concentración en manos de unas pocas decenas de empresarios que acumulaban grandes recursos en forma de fábricas, mano de obra y hoja de tabaco, materia prima básica para la fabricación de cigarros puros. Pedro Murias, en los últimos años del siglo XIX, entre 1892 y 1899, se introduce con decisión en el negocio del tabaco en rama, invirtiendo buena parte de sus beneficios en la compra de extensas vegas en la provincia de Pinar del Río, consecuencia de talas masivas de bosques realizadas en los años 1880s para usos agrícolas en las cercanías de las riberas de los ríos.
Su estrategia le aseguraba por una parte el autoabastecimiento de sus fábricas con la excelente rama de tabaco de dicha región y por otra usar el excedente para la exportación a buen precio, para lo cual construye un gran almacén en la calle San Ignacio de la Habana. Hay que tener en cuenta que la ley arancelaria Mc. Kinley en EEUU impedía en la práctica desde 1890 cualquier exportación de tabaco manufacturado a ese país, admitiendo sin embargo la importación de materia prima sin elaborar sin apenas impuestos, todo ello para favorecer la industria manufacturera del tabaco en Norteamérica.
Así pues, compra extensas fincas (unas 47.000 Ha) en el municipio de Mantua (Pinar del Río), parte de ellas en el valle de Luis Lazo, cerca de las montañas de Los Órganos, zona excelente para el cultivo de tabaco pero que tenía el inconveniente de la insuficiente infraestructura de transporte para llevar la rama a La Habana. Lo soluciona construyendo en 1894 un dique de carga en la cercana playa de Dimas y utilizando dos barcos a vapor contratados, que más tarde cambiará por barcos de su propiedad.
Las fórmulas de compra de estos terrenos eran las acostumbradas a hacer por otros hacendados en Cuba, desde la cancelación de censos nacionales que recaían sobre algunas propiedades, hasta la compra de derechos de herencia. No obstante la mayor parte se hacía siguiendo el viejo sistema de préstamo-hipoteca, que consistía en prestar dinero u otros bienes a los propietarios de plantaciones de tabaco o vegueros, utilizando sus terrenos como garantía del pago; en el caso de producirse un impago sobre el contrato de préstamo, expropiaba la plantación pasando automáticamente a su propiedad. Un ejemplo claro de este negocio fue en 1894 la expropiación por impago de la hacienda Santa Ana, perteneciente al municipio de Mantua a su legítimo propietario, Pablo Lluch por impago de un préstamo de 2.500 pesos oro concedido por Pedro Murias con la garantía hipotecaria parte de su propiedad, una superficie de 1.200 hectáreas de tierra de labor. Esta operación se repitió dos veces más y repitiéndose los impagos, por lo que en 1899 las 3.200 hectáreas de la hacienda de Santa Ana eran en su totalidad propiedad de Pedro Murias.
En el caso de los pequeños campesinos y dueños del terreno, les adelantaba dinero para mejora y aseguramiento de sus cosechas (aperos de labranza, fertilizante...). Ante la imposibilidad de devolver el préstamo en el tiempo establecido en el contrato, se veían en la obligación de venderle sus tierras para zanjar la deuda. Una vez dueño de ella, Pedro Murias se la arrendaba, con lo que seguían trabajando la misma tierra pero esta vez sin ser propietario y con la obligación de pagar al patrón el correspondiente precio del arrendamiento.
Siguiendo la práctica habitual de los hacendados cubanos, diversifica sus inversiones en ingenios azucareros, sector financiero (bancos, seguros), sector transportes (ferrocarriles, marítimo), sector inmobiliario, prensa, etc. De gran relevancia fue su inversión en la fábrica de cerveza y hielo de Puentes Grandes, fundada en 1888, que junto a la Compañía Cervecera Internacional llegaron a ser las dos más importantes de la época. El negocio de la cerveza llegó a ser en Cuba el tercero en beneficios, después del azúcar y el tabaco.
En 1910 controlaba las cervecerías La Tropical y Tívoli. La mayoría de estos datos se conocen por su detallada testamentaría voluntaria fechada el 28 de mayo de 1892 en la calle Zulueta 44-46 de la Habana.
Los años que precedieron al fin de la colonia española, 1895-1898, fueron muy difíciles, pues las revueltas de los llamados mambises acabaron por arrasar las cosechas de las más importantes vegas tabaqueras, agravado por la escasez de mano de obra, por estar reclutada en la guerra o de animales, requisados por el ejército español. La producción cae cerca de un 50%. Los propietarios optan por malvender sus fincas, otros abandonan la isla y muchos resisten como pueden, transfieren su capital fuera de Cuba, etc.
Pedro Murias observó que las actuaciones de los sublevados se centraban en las grandes haciendas, por lo que opta por reforzarse en aquellas propiedades menos estratégicas pero con potencial productor de tabaco, en concreto en los poblados de Arroyos de Mantua y sobre todo Dimas. Hasta entonces, en Dimas solo existía un almacén, un puerto de carga marítimo para transportar el tabaco en rama a La Habana y un balneario.
En 1986 construye allí un caserío para su propia residencia con la intención de refugiarse allí y protegerse del ataque de los insurgentes; en pocos meses convierte el poblado en una auténtica fortaleza, con trincheras, empalizadas y puestos de vigilancia defensivos.
El fortín de Murias estaba estratégicamente situado detrás de la línea defensiva estatal llamada línea Mariel-Majana y llegó a ser tan seguro que, según dicen, allí se refugiaban los familiares de otros tabaqueros de la zona como Gener, Bances, Carvajal o Juan López. Su decisión se vio beneficiada por la política del general Valeriano Weyler, que recién llegado a la isla en febrero de 1896 en calidad de Capitán General, dispuso como estrategia de guerra la orden de reconcentración, que obligó a muchos poblados a agruparse en otros mejor protegidos al objeto de poder defenderse mejor de la guerrilla. Uno de esos puntos de agrupación fue sin duda Dimas, y Pedro Murias aprovechó esta coyuntura para fortalecer su posición y sus negocios mientras durase esa situación.
La orden de Weyler ofrecía al indiano la posibilidad de contar con mano de obra suficiente con solo abrir las puertas de su pueblo fortificado.
Para asegurarse el establecimiento de familias campesinas en su poblado, les pedía que trabajaran en sus vegas tabaqueras y a cambio les construía una casa para su familia, les aseguraba protección a través de batallón de voluntarios financiados por él mismo y también por la columna del ejército colonial instalado en su poblado aparte de asegurarles servicios básicos gratuitos como la alimentación, escuela, iglesia, hospital, etc. Realmente era un régimen de colonato o sistema de explotación de las tierras a base de colonos por el que permutaba los beneficios del trabajo (rama de tabaco) del derecho a seguir viviendo en el poblado. Unos pocos años antes, en 1890, Eusebio Güell había hecho algo parecido en su famosa colonia Güell para "aislar" a sus trabajadores textiles de los conflictos sociales de la Barcelona de la época.
Fotografía antigua del poblado agrícola de Dimas, fundado
por
Pedro Murias al norte de la provincia
de Pinar del Río. |
En 1897 la situación financiera de Pedro Murias, al igual que los demás industriales tabaqueros, era ya delicada: la devastación de una parte importante de las cosechas por la insurgencia, la disminución de la producción por la escasez de operarios, las dificultades de transporte y desabastecimiento de las fábricas, unido a la disminución de la exportación por las medidas proteccionistas que impedían en la práctica la exportación a los EEUU, conformaban un panorama realmente preocupante que desembocó irremediablemente en la decisión de vender todas sus fábricas al capital extranjero representado por el consorcio financiero Havana Commercial Company con sede en Londres, hecho que se materializó mediante escritura fechada el 4 de abril de 1899; en ella se materializaba el traspaso de todas sus marcas a la citada compañía a excepción de dos de ellas: La Devesa y La Suiza Española.
Poco después, en enero de 1902, la Havana Commercial Company sería absorbida por el poderoso trust norteamericano American Tobacco Company.
Pedro Murias, como el resto de tabaqueros, se adaptaron a la nueva situación y resistieron valientemente siguiendo estrategias distintas, cada uno según su situación particular. Un nutrido grupo se negó a vender sus negocios a los trust extranjeros, caso de Calixto López, José Gener, Pepín Rodríguez, etc. Muy valorados a nivel popular, este grupo de tabaqueros llamado "los independientes" lograrían mantener una producción cercana al 48 % de la exportación total del tabaco cubano. Realmente estos trusts extranjeros eran unos grupos económicos de presión con claras tendencias monopolizadoras del mercado cuyo objetivo era sencillamente comprar la imagen en forma de marca comercial para luego cerrar la fábrica y concentrar la producción en unas pocas factorías en La Habana, incorporando procesos más productivos y rentables.
En su caso, Pedro Murias utilizó la estrategia de vender sus dos marcas más prestigiosas a buen precio, y seguir fabricando cigarros con las marcas que le quedaban, La Devesa y La Suiza Española, pero limitando su producción a la demanda interior en espera de tiempos más propicios para la exportación.
La situación general va mejorando y en 1901 considera que es un buen momento para registrar una nueva marca, La Viajera, dedicada a la producción de cigarros puros en su fábrica de Guanabacoa, calle de La Luz nº 37.
La política de reconciliación contenida en el Tratado de París de febrero de 1899, que aseguraba el «Derecho Internacional para la protección de vidas y haciendas», junto con la habilidad del devesano para los negocios y su capacidad de adaptación a la nueva situación en la nueva república hizo posible que en unos pocos años su situación económica fuera de nuevo envidiable. Luchó contra viento y marea para mantener sus propiedades tanto rústicas como urbanas y aprovechó al máximo sus posibilidades explotando y rentabilizando sus vegas hasta el punto de abrir en ellas un número de minas de hierro y manganeso a las que puso los mismos nombres relacionados con su persona, como Murias, La Devesa, San Julián, San Pedro, etc.
Continuó su política colonial en el poblado de Dimas como sempiterno acreedor de la población, mayoritariamente gallega, siguiendo la misma estrategia paternalista de antes de la guerra, es decir ofrecer préstamos blandos a los agricultores para la compra de aperos de labranza, muebles, loza, comida, y demás bienes necesarios en sus tiendas (únicas en la zona). Para hacernos una idea de los resultados beneficiosos de su política altruista para con sus trabajadores en Dimas daba como resultado las siguientes cifras tomadas de los libros de contabilidad del indiano en noviembre de 1907, un año después de su muerte: la deuda pendiente de sus préstamos afectaba a 372 familias y ascendía a 55.934 pesos oro y 20.143 pesos plata.
Pedro Murias fallece el 9 de noviembre de 1906, a los 66 años de edad, soltero y sin descendencia, a consecuencia de una tuberculosis pulmonar, enfermedad bastante frecuente en aquellos tiempos. Su única familia eran sus tres sobrinos Maximino, Antonio y Leonardo Deben, hijos de su hermana Juana y su otro sobrino Domingo Díaz, hijo de su hermana María. Todos ellos habían sido llamados años antes por su tío a Cuba para hacerlos partícipes de su negocio y prepararlos con tiempo suficiente para que se hicieran cargo de los negocios el día que éste falleciera. Solo se conoce con exactitud la fecha de llegada a Cuba de uno de los sobrinos, Maximino, que fue en 1899.
La gran fortuna que había atesorado durante toda su vida tendría que esperar varios años hasta poder pasar a sus beneficiarios legales, dado que la ejecución de su testamento, cuidadosamente preparado desde hacía tiempo, sufrió bastantes incidencias, como veremos más adelante.
Los principales beneficiarios de su testamento y únicos herederos fueron sus sobrinos. Ellos heredarían las plantaciones tabaqueras, los bienes inmobiliarios y el capital (dinero en metálico y demás efectos financieros).
También recibieron parte de la fortuna dos primas, varias ahijadas, hijas de amigos en la isla y algún miembro orfanatos y casas de beneficencia de La Habana. No obstante, el legado más filantrópico de Pedro Murias, que le hizo pasar a la historia de su tierra natal como un gran protector y valedor de su pueblo fue su deseo expreso de beneficiarla con una generosa dotación para diferentes fines sociales y educativos.
Consciente de su soledad y de que su tiempo en esta vida se iba agotando, diseñó su testamento con gran prudencia y frialdad; pero, sobre todo, lo hizo con una chocante anticipación, como si tuviera miedo de algo. Así pues, testó el 2 de mayo de 1892, depositando el documento bajo acta notarial en España. Desde ese momento hasta su muerte transcurrieron catorce años, un largo periodo durante el cual ocurrieron muchas cosas, pero nunca cambió el testamento. Se supone que el motivo sería que no veía peligrar el principal legado que le interesaba asegurar para inmortalizar su memoria. Este deseo no era otro que la financiación para la construcción y sostenimiento en La Devesa de una Escuela Agrícola que llevaría su nombre. De hecho, en esos catorce años muchos de los bienes que figuraban en el testamento ya no eran de su propiedad: sus fábricas de tabaco La Meridiana y Pedro Murias, varias fincas que tuvo que vender, etc. Por otra parte, era dueño de otras nuevas fábricas y marcas como La Devesa y La Viajera.
Busto de Pedro Murias a la entrada de la
Escuela Agrícola que lleva su nombre. |
La ejecución del testamento pasó por multitud de vicisitudes, la primera fue encontrarlo, pues después de buscarlo infructuosamente en Cuba, se comprobó que estaba en España. A pesar de la expresa designación testamentaria de las personas que deberían llevar a buen puerto su legado, tuvo innumerables demoras de todo tipo que no vienen al caso. Se tendría que esperar a 1913 para constituir oficialmente la Fundación que se encargaría de definir y regular las actividades conducentes a la definitiva construcción de la Escuela Agrícola Pedro Murias y la administración de los gastos derivados.
El capital asignado de forma expresa para este fin en el testamento era de 154.818 pesos oro. A dicha suma se debía añadir las rentas que produjeran dos propiedades inmobiliarias en La Habana prohibiendo que fueran vendidas. También se añadiría las obligaciones que tenía en la fábrica de hielo y cerveza de Puentes Grandes que valoradas a precio de mercado ascendió a 29.818 pesos oro.
El deseo de Pedro Murias era que la escuela se construyese en su pueblo natal La Devesa, pero debido al encarecimiento del terreno para su construcción, tuvieron que comprarse finalmente en la parroquia de Vilaframil, en un lugar conocido como Alto de los Pinos, cosa que se materializó en varias fases entre los años 1916 y 1924, con un total de 65 de parcelas adquiridas y financiadas con 10.000 pesos oro asignados desde una cuenta abierta en la sociedad bancaria del tabaquero H. Upmann.
En 1920 se termina el primer edificio, momento en el que comienza a funcionar como escuela. Su primer director fue el agrónomo ribadense Enrique Suárez Couto, a quien le correspondió acometer el inicio de las obras. La escuela es un edificio de grandes proporciones formado por un cuerpo central de dos pisos con alas a cada lado. Desde su inauguración hasta 1961 estuvo funcionando con normalidad como escuela agraria, pero a partir de 1959 surgieron problemas que impidieron su funcionamiento, recuperándose en 1991 para Centro de Capacitación Agrícola.
Respecto al futuro de las marcas de tabaco que aún conservaba, el testamento fijaba como únicos herederos a sus sobrinos Maximino Deben y Domingo Díaz. En 1909 mediante acuerdo amistoso entre ambos herederos deciden que el primero se quedaría con la propiedad de la marca La Viajera mientras que el segundo se quedaría con La Devesa.
Habilitación (papeleta) del fabricante cubano
Manuel Campos. |
La Viajera quedó en manos de Maximino Deben, aunque en la práctica no fue así, pues éste había contraído un compromiso formal por el que cualquier beneficio debería repartirse a partes iguales entre los tres hermanos Deben y una persona más, Manuel Campos Proupín y para la explotación de la fábrica constituyen la sociedad Campos, Deben y Cia., pero dura poco pues al cabo de un año se deshace la sociedad y traspasan los derechos de explotación a Manuel Campos.
En 1914 encontramos la marca formando parte del patrimonio de otro devesano, J. Prieto, propietario de las marcas La Rochela y La Ciudad. Prieto seguiría utilizando en sus vitolas y habilitaciones la marca La Viajera de Pedro Murias, dando idea del prestigio que el nombre de Murias seguía teniendo.
Posteriormente los tres sobrinos de Murias fundarían y registrarían una nueva marca y fábrica con la denominación Deben Hermanos. Existen varias anillas de La Viajera, de aspecto más moderno que las dos restantes (ver vitolas de La Viajera, en esta misma página) con el texto Habana # J. Gutierrez, que nos lleva a pensar que en algún momento la marca pudo tener este nuevo propietario.
La Devesa, según el acuerdo de los dos sobrinos de Murias, pasó a manos de Domingo Díaz que la conservó hasta 1914, momento en que vende todos los derechos de comercialización al tabaquero de origen alemán Carlos Behrens y Vakrenkamp, que se hizo con otras marcas cubanas famosas como El Sol. Parece ser que la marca pasó luego a manos de Eduardo Suárez Murias, quien la arrendó a Manuel Campos Rivero. Después de pasar a la propiedad de los trust norteamericanos durante un tiempo, fue recuperada en 1928 por su anterior propietario, Manuel Campos.
Pese a su gran fortuna personal, Pedro Murias no consiguió alcanzar el nivel de la alta oligarquía española de finales del siglo XIX en Cuba, como fueron los casos de Leopoldo Cabañas y Carvajal (Marqués de Pinar del Río), Antonio López (Marqués de Comillas), Ramón Argüelles (Marqués de Argüelles), etc... ni en la acumulación de patrimonio ni en su influencia social o política.
Nunca militó en la política activa, si bien es cierta su simpatía hacia el Partido Conservador Peninsular, su apoyo desinteresado a los cuerpos de voluntarios, etc. Como reconocimiento recibió, entre otras distinciones, la Gran Cruz del Mérito Naval y la Gran Cruz del Mérito Militar y al Mérito Civil. En 1897 recibió la Cruz de primera clase de Beneficencia por su apoyo a la población en el pueblo agrícola de Dimas.
Fue pieza clave en la constitución del Centro Gallego de la Habana y participó activamente en el proceso de crecimiento y organización, siempre en puestos de relevancia. Socio desde 1879, ocupó desde 1883 hasta 1894 el cargo de tesorero, siendo uno de los miembros más influyentes en la toma de decisiones. Por ejemplo, fue decisivo artífice y generoso donante en la operación de compra y acondicionamiento del edificio del Teatro Nacional para convertirlo en la sede permanente del Centro. Hay que tener en cuenta que este tipo de centros sociales eran utilizados por las clases altas, entre otras cosas, para manejar gran parte de los negocios que se cocían en Cuba, realizándose en ellos importantes pactos y alianzas estratégicas entre paisanos.
PREMIOS OBTENIDOS (*1):
Exposición Internacional de Barcelona (1888), París (1889).
RelaciÓn de Marcas de fÁbrica y anexas (*1) , (*4):
American Flag (1885), Balmoral (1885), La Devesa (1890), Flor de los Campos de Cuba (1885), El Indolico (1885), La Inflexible (1885), La Joven America (1885), La Meridiana (1875), Palacio de Cristal (1885), La Paz de Cuba (1885), Pedro Murias y Cia. (1892), La Reserva (1885), La Suiza Española (1890), La Viajera (1902), Walter Scott (1885).
FUENTES DE INFORMACIÓN (*)
(*1) Pedro Murias. Tabaqueiro na Habana, indiano na Devesa. Libro editado por la Xunta de Galicia. Autora: Ana Cabana
(*2) The Tobacco Products Corporation - Philip Morris's Predecessor (La corporación de productos tabaqueros. Los antecesores de Philip Morris) http://www.smokershistory.com/TobProds.html
(*3) The cigar wiki. Manufactura La Meridiana, de Pedro Murias
(*4) Libro cien anillas de calidad en la litografía tabaquera. Autores: Florencio Giménez Caballero y Manuel López Rodríguez.
(*5) Colección del autor.
(*6) Imágenes cedida por el biznieto de Leonardo Deben, uno de los sobrinos de Pedro Murias y herederos de la fábrica de La Viajera.
(*7) Pedro Murias. Algo más que un indiano. Autor: Daniel Hortas.
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